viernes, 26 de abril de 2013

El sexo de los ángeles

Enfundada en aquel
vaporoso vestido
del color de una herida,
que dejaba al desnudo
tus hombros y dos tercios
de tus piernas al aire,
te me antojaste un ángel
caído que vinieses
con lascivia a tentarme.
Cómo ansié al contemplarte,
condenarme, el pecado.
Mas tú sólo dijiste,
fingiendo indiferencia,
“cuánto tiempo, qué lástima
la premura; otro día
ya te llamo y charlamos”.
Y te alejaste, etérea,
como un ángel sin mácula
morador de los cielos.

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