"La violencia e incitar a la violencia no vale para nada. A la rebeldía sí, al inconformismo también, a las ganas de superarse también, a la necesidad de seguir cada vez hasta más lejos también, a la capacidad de emanciparse también, a tener una vivienda digna y a conseguir empleo también, pero no a la violencia".María Dolores de Cospedal.
Una constante del liberalismo mafioso y criminal en su historia más reciente –y el cada vez más muy nacional-católico, apostólico y romano Reino de España no es un mal ejemplo– ha sido, con la burda coartada de promover la competitividad y así mejorar la calidad de los productos o servicios ofrecidos al ciudadano y abaratar los precios, la progresiva privatización de los monopolios del Estado: sector eléctrico, de las telecomunicaciones, del transporte aéreo y ferroviario y un largo etcétera del que ya empiezan a formar parte hasta las Loterías del Estado.
Pero en lugar de los efectos positivos pregonados como liturgia por los catecúmenos del mercadeo y la rapiña, lo que de facto ha sucedido ha sido sustitución de aquellos monopolios públicos por grandes oligopolios privados que ni abaratan precios ni mejoran servicios sino todo lo contrario. Y sin la garantía del Estado. Un Estado que ha entregado a los filibusteros del capitalismo unos sectores que, por su rentabilidad, serían hoy una poderosa fuente de ingresos en las arcas públicas con la que poder financiar muchas de las políticas sociales que con premeditación y alevosía se están desmantelando.
La fiebre privatizadora ya alcanza casi a a todos los rincones de lo público. Pero hay un monopolio al que el Estado no está dispuesto a renunciar: el monopolio de la violencia. Porque es este el que les permite continuar cometiendo una tras otra las descomunales barrabasadas urdidas para enriquecer a las élites a costa de profundizar y extender la miseria entre los pueblos.
Sí, la violencia está muy mal vista, y es condenada hasta la saciedad, por la casta de delincuentes de cuello blanco que hoy rigen los destinos del mundo desde las poltronas oficiales jugando el sórdido papel de lacayos de las grandes corporaciones capitalistas. Muy mal vista y condenada salvo cuando es ejercida, y qué a menudo sucede, por ellos mismos.
Por todo ello, el alegato pacifista de María Dolores de Cospedal –ese cáncer para las libertades democráticas y los derechos ciudadanos en España–, un alegato que, de no ser producto del afán por mantener ese indeseable monopolio del Estado, podría parecer salido de la boca de los mismísimos Luther King o Gandhi, no es más que un ejercicio hipócrita y espurio de violenta demagogia.
Esa violencia de cuello blanco de la Cospe que te dan ganas de arrojar la radio al suelo con tal de no escucharla más. Les habla a los españoles como a los niños malos lo haría la profe de párvulos
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