Árbol sin sombra, di
¿por qué nos han robado,
las estatuas,
la estación de las lluvias?
¿Acaso tienen miedo a ver su rostro
seráfico en las aguas del estanque?
¿A caer sobre sí mismas y perderse
en la honda persistencia de lo turbio?
Pero no; las estatuas
desconocen el miedo, son aliadas
del transcurso del tiempo
y, en su firme arrogancia sin mirada,
se sueñan portadoras de lo eterno.
Y entonces ¿qué?, ¿quién nos robó la lluvia,
ese prodigio insólito que iguala
–sólo es cuestión de tiempo–
la piedra al fuego estéril del sediento?
¿por qué nos han robado,
las estatuas,
la estación de las lluvias?
¿Acaso tienen miedo a ver su rostro
seráfico en las aguas del estanque?
¿A caer sobre sí mismas y perderse
en la honda persistencia de lo turbio?
Pero no; las estatuas
desconocen el miedo, son aliadas
del transcurso del tiempo
y, en su firme arrogancia sin mirada,
se sueñan portadoras de lo eterno.
Y entonces ¿qué?, ¿quién nos robó la lluvia,
ese prodigio insólito que iguala
–sólo es cuestión de tiempo–
la piedra al fuego estéril del sediento?
¿Tiene el árbol la estoica paciencia de la estatua ante el inexorable transcurrir del largo tiempo de sequía? ¿Qué podemos aprender de él?
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