Si, ahogado, digo náufrago; si, lívido y envuelto en un sudario de sal y algas celestes, digo náufrago; no estoy diciendo mar, proclamo el páramo. Un páramo arenoso en el que yacen los huesos insepultos de la lluvia, a merced de las ávidas criaturas que, etéreas y difusas, se yerguen al crepúsculo.
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