Me cuesta digerir tus besos cáusticos.
Me quitan el aliento y desbaratan,
desde la piel al tuétano, la urdimbre
tupida que sostiene mis cauciones,
librando de su jaula a la alimaña
alada y sin confines del deseo.
Luego, cuando el espectro de la más
desmedida templanza te posee
helando boca y alas, limitando,
a esa bestia abonada sin enmienda
a una eterna derrota sin batalla,
mi estómago se anega de una espesa
y lóbrega orfandad que muda en acres
abrojos los despojos apagados
de tus besos sin más, besos simiente
de inicua indigestión, miel en los labios
y, luego, nada, nada, nada.
Es bella la metáfora del deseo como alimaña alada y sin confines
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