desvencijados silos de trigo putrefacto ardiendo en mi memoria en tanto una estantigua de ratas abandona huyendo la cubierta de un pecio azul anclado a una orfandad sin huellas
en la ebriedad de un litro de mordazas –solera seco de alta graduación- y no sé cuántas jarras de cerveza vomito a borbotones poemas indigestos dentro de la cazuela donde a fuego vio-lento desabrida se sofríe la hipócrita inmundicia de templos y palacios
Noches en que la noche vaga atónita, bajo la luz sonámbula de un ruego. Luna sin sol. En la espesura hereje del bosque de los árboles araña, aúlla una luciérnaga en cenizas, cautiva en una pétrea gota de ámbar.
Busco... no sé qué busco en el poema. ¿Romper la telaraña del mutismo, que es mi principio y fin, que soy yo mismo? ¿Desentrañar las claves del problema
sin solución de dios, esa suprema falacia que hunde al hombre en el abismo? ¿Insólito, quizás, un mecanismo que quiebre los barrotes del sistema,
dando a la libertad luz, ala y cielo? No es eso, no, no es nada, nada de eso, estoy seguro. Igual tan sólo anhelo buscando sin cesar, buscando obseso, a esta hosca certidumbre, hallar consuelo: culmen no habrá al final de este proceso.
postrado de rodillas
a orillas del océano
-no sé si estoy llorando;
hay sal en mis mejillas-
desafinado entono
un canto con sordina
-probablemente un híbrido
de tango y de bolero-
-¿bailas? -pregunta el mar
-te sigo -hastiado asiento
Una de las cosas que peor lleva Susanita con su abuela es su forma arcaica de hablar. Casi no se entera de nada cuando le dice, por ejemplo:
“Querida nietecita del arma, he almorzado un potaje de garbanzos de tomo y lomo. Y claro, después me engollipé. No es que estuviera revenío, es que me puse hasta el tuétano. Para no quedarme pajarita después me entretuve en regar las macetas y, tan esnortá estaba que las dejé enguachinás. Luego me he escamondado en el lavabo, quitándome todo el barro y la salpicaura. Pero con la mala suerte de que se cayó la aljofaina de la china al suelo y la descuajaringué. Y aunque sea una chuminá, al verlo, empecé a echar sapos y culebras. Pero sonó el timbre y eras tú, eso es que las ánimas del purgatorio pensaron en darme una alegría.”
Abrieron el sarcófago con miedo. Temían que fuese cierta la leyenda, aquella maldición, pero les pudo la codicia. Sólo encontraron huesos. Y aquella calavera que, mirándolos desde sus cuencas hueras, sonreía.
Aquella sierra, única en el mundo por sus características litológicas, había dejado de ser ejemplo de nada. Siglos de prácticas de estudiantes de geología venidos de cualquier parte la habían reducido a una inmensa planicie monótona y estéril.
Ebrio en aquel bar de copas, tras no sé cuántos tequilas, a una hermosa camarera
pregunté por la salida.
“¿La salida? -dijo, impúdica-;
aquí me tienes, mi vida,
desde que llegaste ansío
que prendas fuego a mi pira".
Lo confieso, me turbaron
sus palabras encendidas,
y ella, viéndome perplejo,
se arrogó la iniciativa:
tras sacarse el delantal,
se tomó, muy decidida,
de mi brazo y me condujo
a un motel, de amanecida.
Cuando desperté, ya tarde,
con la cabeza perdida,
no alcanzaba a recordar
nada de aquella partida.
La llamé -¡VIDA!- con ansias
de desvelar el enigma,
pero se me había marchado
discreta, mientras dormía.
Jactancioso pensé, entonces,
“debí dejarla rendida”,
mas me sacó de mi error
una nota en la mesilla:
“Te aconsejo, corazón,
que abandones la bebida,
con la pólvora mojada
no ha prendido tu cerilla.”
¿Qué haces aquí, poeta, entre la niebla, aullando inútil-mente? ¿Acaso ignoras que no hay más uni-verso que este sucio y cáustico sudario que te ahoga?
¿Que no es que seas un lobo solitario, es que la soledad lo es todo y nada, y el eco que de cuando en cuando sueñas no es más que esa falacia -la esperanza- urdiendo felonías tras su máscara? Lunático eclipsado, alma en precario, castrado adulador de la impudicia: ¡Acaba y vámonos!; no hay luna alguna ni cielo protector que en sí la acoja.
Aquí toda plegaria es un fracaso; no es concebible el eco en lo vacío. El verbo es una máscara, perífrasis de ausencias, soledades y silencio. Mejor callar, bajar los ojos, excavar un túnel hasta el vano mineral donde es desconocida la esperanza. Aquí no es un adverbio de lugar, es sólo un eufemismo de destiempo.
La más grande y terrorífica novela del realismo trágico. Nunca antes habrá leído ni podrá leer en el futuro una tragedia tan impactante acerca del fanatismo pusilánime y venal y sus consecuencias.
100 AÑOS DE AUSTERIDAD
de Mariano Rajoy Brey
“Muchos años después, frente a la comisión judicial de lanzamiento, el desahuciado, Aureliano, en el peor de sus días, había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a solicitar el crédito.”
Una obra colmada de eufemismos más que de metáforas para que usted no alcance jamás a conocer la verdad.
Editada con la colaboración del BCE, el FMI, la CEOE y la Conferencia Episcopal Española.
Escucho en la insalvable brecha salina abierta por el tiempo, el árido rumor de lo pretérito. A orillas de lo eterno, el mar ya es sólo un túmulo que sueña, desde su hondura yerma y agrietada, ser tálamo agitado por el viento, orgásmico escupiendo tempestades. Sin aire en los pulmones, sediento, abro los párpados, pero la luz caudal se ha degradado en un fanal de sombras inaudibles que anegan mis arterias con la espuma reseca del postrer de los naufragios: el mar no es más que el lúgubre fantasma de un viaje postergado por los ojos voraces de la niebla.
En el lugar del cántico, ese exiguo y precario territorio que emerge entre las aguas de lo eterno, se han instalado huestes que, en sus zarpas, traen sobrios estandartes del color del silencio. Oculto en la distancia, junto al límite
que sirve de preludio a lo vacío, con una de mis manos en la boca contengo a un tiempo náuseas y el aullido, en tanto que con la otra me sostengo al borde del abismo. Sin embargo, sospecho que es inútil, que han venido movidos por la idea de quedarse y alzar su áspero imperio de las ruinas del verbo resignado.
Querida Nieta Susanita, en mi época, cuando en el barrio había media docena de cines, nos gastábamos los ahorros por asistir al estreno nacional de la última película de nuestra artista local, Gracia de Triana. Cantaba las coplas que nos habían enseñado madres y abuelas en los patios y corrales de vecinos. ¡Y qué orgullosos nos sentíamos de vernos reconocidos en ella!
Setenta años más tarde, nietecita de mi arma, te pasas tres horas viendo los premios de la Música. Premios donde un yogurín USA con buena voz y presencia, y canciones facilonas e insustanciales, es nombrado “mejor artista”. La trampa es que la mayoría de los votos han sido de adolescentes y jóvenes como tú, que ven la gala en directo. Y lo mismo ocurre con esa otra formación de diseño que ha ganado en el apartado de grupos. Más que voces, son bellos rostros imberbes vestidos a la última moda, moviéndose provocativamente por el escenario. ¡Flor de un día! Y la misma presentadora, no es más que un pase de modelos (se ha cambiado de ropa hasta seis veces), que no entiende nada de música, ni falta que le hace.
Tantas veces la usó vestida de metáfora que ahora que desnuda golpeaba con nudillos de intemperie su puerta no se atrevió no tuvo las fuerzas suficientes para enfrentarse a su áspero
tercer significado Y el poeta saltó escribiendo con tinta carmesí en el asfalto un poema sin palabras elegía visual erigida a la madre de todos los fracasos
Estaba en un error y empiezo a comprender aquello de que por la boca muere el pez. Sería un plagiador sacando esta postrer lección de su cajón. Así, sólo os diré
que, al no tener pulmón y aun boquiabierto, el pez muere siempre en silencio.
Resístete a que turben tu criterio
con burdos embelecos de trilero.
Es muy fácil soltar -no hay que ser fuerte-
las 10 plagas de Egipto sobre el mundo.
Lo duro, lo difícil, lo que requiere fuerzas
es ver ahogada el agua de los mares
en coágulos letales de petróleo,
a pueblos sojuzgados por batracios
peleles ataviados de monarca,
los cielos salpicados de mosquitos
metálicos dejando caer a plomo
miserables diluvios de mortífero napalm,
los huertos y ganados esquilmados
por hordas insaciables de parásitos,
la escuálida salud del hombre pobre
menguada por el cólera,
su piel ahíta de llagas, el ciclón destructor
con alas de carbono,
la gula criminal del capital,
el túnel, este túnel
sin una luz visible al fondo, el niño
que muere atravesado
por la espada del hambre,
y continuar de pie
luchando, resistiendo o nada más
sobreviviendo.
cuando el olvido cubra
las llagas de esta racha
ardua aberrante y sórdida
y dentro de unos años alguien salte
desde da igual que piso
quebrando sus fracasos contra el suelo
titularán los medios
escritos de este modo la noticia
PRIMER SUICIDIO A CAUSA DE UN DESAHUCIO EN ESPAÑA
-la historia que se escribe
con tinta miserable se repite
y al poco tiempo nunca ha sucedido-
Esta hija de un holandés errante y una bailaora flamenca afincada en Triana, cursó estudios de arte dramático y luego montó su compañía de teatro independiente. Fue un gran éxito. Y pudo comprarse un pequeño apartamento al ladito del Guadalquivir, donde gusta vivir en soledad.
Pero estalló la crisis. Y quedó en paro y sin recursos. Lejos de volver a la cueva familiar, aunque asfixiada por la penuria económica, representa cada día la tragedia de su vida con gran imaginación.
Al amanecer se viste su indumentaria de hippie trashumante y carga la mochila sobre sus espaldas. Luego va y se sitúa en medio del puente del Cachorro, que separa un extremo del barrio de Triana del centro histórico. Allí chapurrea en spanglish “Dinero I need arrive Portugal, por favor, please”. Y con su lastimera representación escénica consigue, casi nunca antes de la media tarde, su salario digno de mendiga. Es una de tantos mileuristas que llevan meses sobreviviendo como pueden a la tormenta de la crisis.
Era un escritor sumamente meticuloso. Tanto que, tras dos décadas en el oficio -como a él le gustaba llamarlo-, su producción literaria se limitaba a un centenar de poemas breves, dos relatos cortos y un ensayo de tintes surrealistas, que no llegaba al millar de caracteres, al que había puesto por título “Cucarachas”. Su mayor obsesión era evitar todo lo superfluo, usar sólo las palabras estrictamente necesarias para expresar lo que en cada momento pensaba que tenía que contar. También era un escritor desconocido. Y no es que sus textos careciesen de calidad, es que todo lo que escribía terminaba en el fondo de un cajón sin haber llegado nunca a ser leído por nadie. No tiene mayor interés -se decía. Por eso, cuando aquella idea se alumbró cegadora en su cerebro, la acogió con entusiasmo. Aquí sí que hay algo interesante -pensó satisfecho y a un tiempo un tanto abrumado por el arduo trabajo que estimaba tendría que hacer para darle forma definitiva antes de sacarlo a la luz. Se pasó años dándole vueltas en la cabeza, sin escribir una sola palabra, eliminando adverbios y adjetivos, cambiando sustantivos por pronombres. Finalmente, cuando dio por concluido el trabajo, tomó un folio en blanco, lo dobló por la mitad y, tras arrojar a la papelera con desprecio todo lo que había escrito hasta entonces -respecto a “Cucarachas”, tuvo un instante de duda-, lo depositó con mimo en la oscuridad de aquel cajón ajeno al mundo.
llegados a este punto
–y no quiero decir nombrando punto
cogorza o coloqueta-
son tan pesada carga las palabras
–estas palabras mías que entre todas
no valen lo que el más breve silencio-
que ya quizás tan sólo
–podría también quizás decir “tan solo”-
me quede una salida: la poesía
visual (mas son tan densas las tinieblas)
¡Cultura sin recortes! –reclaman artistas de todo pelaje. Por su parte, enfermos y profesionales médicos demandan una sanidad sin recortes. ¡No al recorte educativo! –exigen maestros, alumnos, padres de alumnos y un señor de Murcia que no era nada de eso y pasaba por allí el día de la reivindicación de educadores y educandos –todo un marciano, sin duda, el tal señor. ¡Ni un céntimo menos para las políticas científicas! –claman, tan vehementes como compungidos, los investigadores. Y así un largó etcétera. Cada cual arrimando el ascua a su sardina, sin reparar en que, de este modo, más pronto que tarde, tras zamparse al clupeido, nos devorará el tiburón. ¿Y si, al unísono, reivindicásemos, no ya que no se recorte, sino que se amplíe hasta ser plena, esta democracia mórbida y raquítica, agonizante ya, que nos fue legada por esa gran estafa a la que se ha dado el nombre de transición? Porque otra cosa sería –lo es de hecho- confundir las partes con el todo; y si esto no suele acarrear nada positivo casi nunca, menos aun en este periodo aciago en el que el afán por esclavizarnos ha dejado de ir al paso para marchar a todo gas, amenazadoramente desbocado.
"Qué putada, maldita mala suerte -despotrican en el bar del barrio los habituales, a la finalización del Gran Premio de Abu Dhabi-. Con lo bien que lo hizo Alonso y al final, sólo tres puntos sobre su más directo rival -sí, los habituales del bar del barrio ya hace tiempo tienen bien aprendida la tópica y estúpida jerga que perpetran contra la narcotizada audiencia los comentaristas deportivos-. Y qué fortuna la de Vettel". "Pues sí -los interrumpe Andrés, parado de larga duración y con la espada de Damocles de un desahucio pendiendo amenazante sobre su cabeza, algo más ebrio que de costumbre-, sin duda estos 3 puntos, y puede que hasta si hubiesen sido 13 o 6 millones, serán insuficientes para acabar con esta criminal estafa a la que llaman crisis, así como para reducir el alarmante número de desahucios que se producen a diario en este país de adoratrices sin seso de motoristas y pilótos pijos de mierda. Por no hablar también del paro". Se hace el silencio; la tensión es tal, que se podría cortar con una navaja trapera. Andrés pide otro aguardiente de Zalamea la Real y, tras zampárselo de un trago, se marcha sin pagar. "Venga, señores, vayan apurando y abonando sus consumiciones, que ya es hora de cerrar -declama con vehemencia el camarero-. Y no olviden que esta noche abrimos para el fútbol".