miércoles, 21 de noviembre de 2012

Tribulaciones de una crisálida (XXXIX)


Escucho en la insalvable brecha salina abierta por el tiempo, el árido rumor de lo pretérito. A orillas de lo eterno, el mar ya es sólo un túmulo que sueña, desde su hondura yerma y agrietada, ser tálamo agitado por el viento, orgásmico escupiendo tempestades. Sin aire en los pulmones, sediento, abro los párpados, pero la luz caudal se ha degradado en un fanal de sombras inaudibles que anegan mis arterias con la espuma reseca del postrer de los naufragios: el mar no es más que el lúgubre fantasma de un viaje postergado por los ojos voraces de la niebla.

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