Arrabal. Medianoche. En tanto un grupo
de harapientos escuálidos rebusca en
la basura
desechos de aluminio, cobre o hierro,
o unos restos de pollo que llevarse a
la boca,
yo escribo, intrascendentes, estos
versos
y, a miles de esqueletos de distancia,
hay un bastardo obeso que, ataviado
con pijama de seda y alambradas,
descansa a tripa suelta e incrementa
su vasto capital ronca que ronca.
Y es que ese beneficio de unos pocos
al que se dio por nombre plusvalía
no es más que el maleficio que se
cierne
voraz sobre la mesa de los muchos.
Parece el cuento de Blancanieves y su madrastra el gran capital
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