sábado, 19 de mayo de 2012

Cucurbitáceas


Cuentan que, para edificar la mezquita que lleva su nombre, Hassan II se apropió por decreto de una mensualidad del sueldo de todos y cada uno de los funcionarios del Reino de Marruecos. Desconozco si esto es cierto o sólo una leyenda urbana. O, más que leyenda urbana, uno más de los tantos y tantos cuentos de las tantas y una noches sin estrellas que han sufrido y seguirán sufriendo a lo largo y ancho de la historia los pueblos del mundo bajo el eclipse de la implacable bota de dictaduras de diferente pelaje, pero con siempre el mismo corazón de piedra. Lo que sí creo saber ya con la edad es que la afición al dispendio con recursos ajenos es un vicio universal hasta para casos en los que, en lugar de tratar con ello de edificar una de las mayores maravillas del mundo, el fin no es otro que alzar espurios castillos de naipes u hologramas, que al desplomarse lo hacen siempre pesadamente sobre las espaldas de los más débiles. O, usando un modo más castizo de decirlo, que en todas partes cuecen habas y, cuando toca en mi casa, a calderadas.

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