Crece en mis manos el silencio, cardo esterilizando el suelo fértil
donde una vez creció la flor relicta de una esperanza insólita y el
cántico. Desde el fondo telúrico de un sueño, sube un murmullo de aguas
subterráneas, inermes despeñándose en las sombras, y, en tanto un sol
voraz calcina el cielo, las yemas de mis dedos mudos sangran (hablo un
lenguaje hereje que, proscrito, no tiene traducción ni diccionario). A
qué nombrar las cosas esenciales, si ya no queda en mi vocabulario
palabra alguna que conserve esencia. Ya sólo puedo aullar sin fe ni
aliento el nombre de un espectro hecho de azogue.
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