El cielo está sin aire, herida el ala
Del ángel que, sumido en una noche
Que brilla más que el sol del mediodía,
No encuentra ya un motivo que lo impulse
A alzar de nuevo el vuelo.
Lo sabe todo ya, no alberga dudas.
Cautivo de su hirsuta certidumbre,
No alcanza a deleitarse en los prodigios
Que antaño deslumbraran sus sentidos:
La luz crepuscular, las estaciones,
Las fases de la luna,
El cíclico vaivén de las mareas.
En su ardua conclusión se desvanece:
De tanto meditar sobre el enigma
De origen, meta y tránsito,
No quedan ya preguntas sin respuesta
Que, al margen de su centro atormentado,
Den aire al desamparo que le impide
Confiarse en otra búsqueda.
Ilustración: Melancolía I, de Alberto Durero.
Toda búsqueda tiene su fin y sólo el tiempo puede decirnos si a esa búsqueda se sumará una nueva.
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