A veces pienso que, si en lugar de haberme desvanecido junto al límite de las sombras, me hubiese tenido que marchar a un territorio de luces lejanas ocultas tras la sal y la espuma, aún tendría el bálsamo de tus palabras -una carta o una llamada telefónica de tarde en tarde-, contándome que sigues bien y que, ya para siempre en la distancia, me sigues, me seguirás echando en falta hasta el último aliento. Entonces bajo a la orilla del mar y, mirando al horizonte en el ocaso, quiero volar más allá del último océano. Pero mis lágrimas, hechas de gemidos en el silencio de la noche, me encadenan a los gritos de la arena, que me consumen sin tiempo. Y me arrastro aullando entre las dunas, a la espera de que el hilo de seda de una Quimera me encuentre y quiera recomponer mis alas.
Por lo menos una llamada o una carta. ¡Con qué poco nos conformamos! Pero el silencio atrapa con sus garras el alma y no somos capaces ni de levantar la vista hacia el horizonte, ni de mover unas alas imaginarias que nos ayudarían a volar.
ResponderEliminarMe ha llegado muy adentro, Rafa.
Un beso.
No te has desvanecido, quizá es que sus palabras no saben viajar.
ResponderEliminarcuando llegue el momento en que tus alas se recompongan, tal vez no será el de volar hacia ella.
Besos
Ay, si pudiesemos retrasar los relojes, al menos para ciertos sentimientos...
ResponderEliminarQuizá estaba escrito con espuma en la arena, que así fuera.
Un abrazo
Reflexiones compartidas, la esperanza negándose a morir...
ResponderEliminarTanta tristeza, tanta distancia, por lo menos un email...
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