Cada vez que se veían, que estaban juntos, ella le infundía un impetuoso vendaval de emociones que lo acariciaban como una garra clavándose en el alma, un vértigo inenarrable que lo elevaba hasta la cima de los más profundos abismos, un denso aguacero de sentimientos que necesitaba beber con ansias, pero que parecía, momento tras momento, ir a ahogarlo en el fondo de sus propios latidos. Era el dolor más intenso y dulce a la vez que nunca nadie haya llegado a imaginar, una fuerza indómita que lo atraía y alejaba de ella a un tiempo, que lo arrastraba, inmóvil, como el gélido galope de una quimera de fuego. Hasta que un día, creyendo que ya no podría resistir aquella tensión ni por un minuto más, decidió que lo mejor que podía hacer era dejar de verla para siempre. No había previsto, no obstante, que ojos que no ven, corazón que no siente. Y su corazón, necesitado de sentir, lo abandonó hasta el fin de sus días, dejando en su lugar un hueco miserable, henchido de silencios y ausencia.
latidos que parecen perderse entre los dedos....esa nostalgia permanente
ResponderEliminarduele más que nada...todavía no alcanzo a entender si es o no un privilegio llegar a esos abismos d esentimientos....
No recuerdo si te felicité por tu cumpleaños y el de tu hijo...si no fue así, agradezco tu comentario y espero hayas empezxado otro año buenísimo, de libriana a libriana.-)
Un abrazo
Estaban hechos el uno para el otro... ¡si hasta el desierto que los separaba palpitaba !
ResponderEliminarAbrazos
Gracias, hera, ya lo hiciste pero tu felicitación, como tú, sois de nuevo bienvenidos.
ResponderEliminarMilena, no se si estaban hecho el uno para el otro, o desechos el uno por el otro... Huy, mira, acabo de tener una idea. Te la debo.
Abrazos.
Más bien desechos, el uno SIN el otro
ResponderEliminarMás besos