Tras la estación de los pájaros,
Un vendaval de alas muertas
Se desmiembra cayendo de los árboles
Como cuchillo en la niebla.
* * *
Viene la encapuchada con cada ocaso
Y, tras la cena postrera en honor
De los siete pecados capitales,
Acciona la muda palanca
Que agita los sueños:
Gimen de espanto los muertos,
Como ergástula que se abre a borbotones,
Y en el cielo sin luz, las alondras
Se inmolan al contraluz
De un sacramento a bocajarro
-Esquirlas de nube volando-.
* * *
Sube y penetra una nieve negrísima
Hasta la sal de los párpados
Y un firmamento, vacío de esmeraldas,
Se abate cegando el pozo
Del deseo intransitado.
Está la noche calma,
Queda entre el mármol:
Fulgor de fósforo opaco
Consumiendo como el llanto.
* * *
Hoy es domingo,
Domingo violeta.
El último domingo
Y es violeta.
Abrazos dorados, amigo mío; no violetas, dorados.
ResponderEliminarImaginar que el viento lleva alas muertas es triste, en domingo y en un color místico y espiritual. Falta la ceremonia ritual, quizá si la encapuchada fuese esa caperucilla roja que tienes por aquí cerquita todo se animase un poco, :), un beso
ResponderEliminarAbrazos también para ti, Paco.
ResponderEliminarLeuma, jeje, sí, la verdad es que puede que la cosa se animase no un poco, sino bastante. Aunque uno no sea muy lobo, jajajajaja. Besos.