Lo llamamos vacío. Curioso eufemismo para denominar al dolor, quizá, en un intento estéril por enmascarar la densa levedad que, preludio de eternidad, se nos ha revelado como las llamas de un ciclón que todo lo arrasa lentamente, que se queda acompañándonos para ocuparlo todo con la cuchilla certera de su frío. La llamamos eternidad; y está llena de cenizas.
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