El pensador
35 segundos
de luz turbia y castrada
—pensó— luego de cuánto
tiempo de cieno y sombras,
son menos aun que nada;
el trueno cicatero
que revienta los tímpanos
de légamo a un relámpago
parido mudociego
sobre un lecho de espinos,
metáfora de ausencias
fundidas, como el cobre
y el estaño, al silencio.
Lo pensó, no sin antes
gastar su último aliento
a modo de trinchera,
y, cerrando a los párpados,
se abandonó a las aguas
amargas que corrían
como alma que se lleva
el diablo hacia el murmullo
del mar aniquilando
el último y exangüe
cordón de sueños fósiles.
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