domingo, 22 de septiembre de 2019
Toque de queda
En la jungla de asfalto
hay jaulas bajo el cieno
hediondo que se forma
junto a los ruines colectores de aguas
residuales que vierten
la mugre que se cuece
en la City, en el páncreas de las áreas
más pobres de los pobres
arrabales del Hades suburbano.
El gobierno en funciones,
pertinaz en la idea
de ocultar su existencia al populacho,
decretó, hace quién sabe
ya cuánto y más, un toque
de queda tan severo como inútil
destinado a que nadie
pudiese percatarse
del trasiego nocturno
de prisioneros muertos
de la jaula a la "Morgue"
—así llaman los puercos
con sus jetas manchadas
de sangre, a la gran fosa
común donde se arrojan,
a una laguna Estigia
de cal viva, los cuerpos
sin vida de los reos
que perecen ahogados en las jaulas.
Pero el hedor a muerte
jamás pudo ocultarse por decreto.
Ríos de sangre, Amazonas
de sangre y pus recorren
las calles del suburbio
—resulta temerario
adentrarse en sus cauces.
Pero a pesar de todo,
es decir, de la nada
infecciosa que impera
en las sombras del gueto,
aún queda alguna célula
activa de rebeldes.
Contra esa rebeldía
el gobierno en funciones
usa bombas de fósforo
blanco y mares de napalm.
Entretanto, en la City,
las señoras de la alta
sociedad, en su tiempo
libre, montan colectas
a fin de recaudar
la pasta necesaria
para abatir de golpe
la plaga de gorriones,
y alimentar —tan sólo
por un día, que nunca,
se sabe, fueron buenos
los excesos— a base
de pajaritos fritos
a los necesitados.
Estas señoras sí
que se las saben todas
a la hora de matar
dos pájaros de un tiro.
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