martes, 3 de septiembre de 2019
Tierra de conejos
Llegaron a caballo
—señoritingos rancios—
los regeneradores.
Traían sus alforjas
repletas de cuadernos
y lenguas afiladas.
¿Acaso eran poetas?
Ni poetas ni profetas,
no eran más que unos bárbaros
—despotismo iletrado—,
mastuerzos en su tierra,
dispuestos a poner
en negro sobre blanco listas negras.
Errores ortográficos
no faltaron. Tampoco
horrores por la Gracia
de Dios —aliado eterno,
pese a su inexistencia,
de los inquisidores
y otros diablos menores—.
Pusieron en el centro
de su diana a inmigrantes
—entiéndase a los pobres—,
feministas, mujeres
víctimas de violencia
machista, prostitutas,
rojos, gays, defensores
de la memoria histórica,
musulmanes, demócratas,
sindicatos de clase
y a cuantos colectivos
sociales dedicados
a defender derechos
ciudadanos y humanos
hallaban a su paso.
Su extrema necedad
los hacía tanto o más
peligrosos que su odio
hacía los diferentes,
los desfavorecidos,
los solidarios —locos
de atar en este mundo
de cuerdas y mordazas—
tenaces en su empeño
de construir un mundo
más justo y habitable.
Sus monturas grabadas
tenían a hierro y fuego
en el lomo las marcas
de Átila y los aqueos.
La grey, embrutecida
tras siglos de adicción
a diferentes drogas
de cuidado diseño
—catolicismo, fútbol,
casas on line de apuestas—,
los aplaudía desde
el redil a la espera
de ir hacia el matadero.
Tampoco les faltó
la aprobación de grandes
y conocidos próceres
de la patria: políticos
de panza agradecida
y capos de las mafias
del totalitarismo financiero.
Y la grey, con la baba
cayéndole del labio,
aplaudiendo, riéndoles
la gracia, remedando
sus dichos, compartiendo
su barbarie y sus vicios.
El día que vinieron
a por mí yo seguía
siendo una oveja negra,
y aun así no quedaba
nadie con pico y pala
para cavar trincheras.
Esto ocurrió hace mucho
en el Reino de España,
antiguamente Hispania
o tierra de conejos.
Hoy, luego del galope
desbocado de aquellos
bárbaros sin escrúpulos
ni cerebro, no queda
ni una brizna de hierba
que sirva de alimento
a ovejas ni gazapos.
Sí, amigo, sí. Ya lo decía el tango del siglo XX: "en un mismo lodo todos manoseados" y ahora en el XIX, este lodo es un montón de estiércol y a nosotros nos continúan revolcando.
ResponderEliminarSalud
Francesc Cornadó
Ciertamente. Dando una vuleta de tuerca más al Cambalache de Discépolo, podríamos decir que los inmorales nos han "superao". Abrazos.
ResponderEliminar