jueves, 15 de agosto de 2019
Nanay
Bebo el granito en rama
que brota de las fuentes
de hielo del Averno
—la laguna sin pájaros.
No mitigo mi sed
de sol y sal y hormigas
acopiando en silencio
migas de pan y cánticos
de sirenas en modo
alarma —alerta roja—,
libando con pajita
el cóctel mineral
de cuarzo, feldespato
y mica. Solicito
al camarero —un diablo
con probada experiencia
en pócimas— un par
de cubitos de cieno
amén de una rodaja
de limón. Me responde
con un gesto: "nanay
de la China" —del árbol
de las lamentaciones
nadie debe tomar
fruto alguno—. De modo
que continúo engullendo
a palo seco el caldo
de cantera. Cien mil
moscas robapanales
con garras de erupciones
balcánicas anuncian
que amanece septiembre
del lado del ocaso
y que pronto los odres
de cantos esculpidos
a golpe de martillo
se verán rebosantes
como cloaca colmada
de espectros y cadáveres
—tras la primera guerra,
en toda causa bélica
las trincheras abiertas
en el lodo formado
por la sangre empapando
el vacío dejado
por las aves fugaces
que huyeron hacia el norte,
eran apuntaladas
con las tibias anónimas
de los soldados rasos
muertos y abandonados
en los campos estériles
de batalla—. Un vampiro
con aliento volcánico
—hiede a azufre y fritanga—
me ofrece amablemente
su yugular. Mañana
la resaca será
tan pesada que puede
que vuelva a conjurarme
para no beber nunca
más piedras on the rocks.
Es hora de cerrar
el tugurio; el fragor
pertinaz de las gotas
de silencio aporreando
los cristales auguran
un mal final de fiesta.
Poema delirio post bellum
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