Están los genocidas,
como Matteo Salvini,
con mano férrea en guante
de carnicero, y, luego,
están los otros, esos
que lloran lagrimitas
de cocodrilo —"¡ah, pobre
Aylan!"— mientras reprueban
a los que se dedican
de manera altruista
al rescate de náufragos,
por temor a un efecto
llamada, más supuesto
que cierto, que podría
amenazar en parte
su zona de confort.
Están los genocidas,
como Matteo Salvini,
y, luego están los otros,
hipócritas, egoístas, pusilánimes,
que avalan, con su miedo
y su indolencia, todos
los crímenes que ordenan
por acción u omisión,
los nuevos Mussolinis
que ahogan este mundo.
Están los genocidas.
Y un gobernante pepero de la capital del reino de España con un sueldo abismalmente elevado y una posición acomodada en la vida, como si la lucha de clases y el ecologismo fueran entelequias pasadas de moda, dice que se trata de acciones de personas que tienen mucho y sospechoso tiempo libre para dedicarse a estas cosas... Vivir para ver.
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