Barriadas del remoto norte como Valdezorras y Aeropuerto Viejo (año 1938) tenemos ya más de trece mil habitantes.
Y eso que surgimos clandestinamente en la primera mitad del siglo XX; la primera sobre antiguos caminos ganaderos, y la segunda sobre tierras vendidas a los aparceros por el famoso torero Ignacio Sánchez Mejías.
Durante un siglo nos hemos ido llenando poco a poco de familias humildes que aquí no tenían que pagar impuestos municipales ni alquileres.
Los vecinos construimos casitas bajas, cada uno a su modo, con un sabor rural. Y solían tener un patio interior para criar canarios y gallinas. Algunos vecinos mantenemos huertas y naranjales cuyas cosechas se venden en MERCASEVILLA. Somos los últimos agricultores de la capital. Es ésta, pues, la Sevilla olvidada que conserva su aroma a campo, la opuesta a la Sevilla más urbana de los bloques de pisos o Sevilla de los polígonos.
En los cincuenta acudieron aquí las misiones para cristianizarlos; y en los años setenta elegimos alcaldes de barrio; Alcaldes que se encargaron –pagando a particulares- de construir las primeras aceras de calles antes terrizas, a las que dotaron de alcantarillado y alumbrado público, e incluso de servicio de recogida de basuras.
Desde los ochenta los ayuntamientos democráticos las han ido recepcionando y metiendo en la vereda de sus planes urbanísticos; reurbanizan nuestras calles y nos van poniendo lo más básico que faltaba a los vecinos: La biblioteca, el colegio y el campo de deportes, una oficina bancaria, y muy recientemente –en pleno siglo XXI-, un centro social con ordenadores y un centro de salud. Nuestra gran ilusión es disponer de autobuses municipales más frecuentes hasta el “centro”, ya que aquí, aparte de los vecinos, sólo vienen de vez en cuando rumanos en bici.
(¢) Carlos Parejo Delgado
entre lo urbano y lo agrícola, tranquilos aunque pobres viven ellos
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