viernes, 12 de abril de 2019
La hoguera de las necedades
Estamos confundiendo
el culo con las temporas.
Las tribus que se olvidan
de sus cuentos se arriesgan
a repetir historias
de incendios ideados
en las cabezas llenas
de odio e intolerancia
de los inquisidores.
Se nos ha ido la pinza.
Pobre lobo feroz,
con su Decamerón
bajo el brazo y la tripa
henchida de pedruscos,
camino de la hoguera
de las buenas costumbres.
Eutiquio nos refiere
como la Biblioteca
de Alejandría ardió
por orden del califa
Umar ibn al-Jattab,
quien pensó que los libros
contrarios al Corán
debían ser purgados,
y, en su piromanía
compulsiva, añadió
asimismo a la hoguera
los que, en sus enseñanzas,
venían a coincidir
con el libro sagrado
—aquella coincidencia
los hacía, a juicio
del soberbio califa,
del todo innecesarios.
Pobre Alonso Quijano,
¿acaso serás tú
el próximo en arder
bajo la acusación
de haber cosificado,
fruto de tu obsesión
loca, a la de El Toboso?
Los pueblos que se olvidan
de sus libros terminan
volviendo a las cavernas,
cuando aún no se había
dado a luz al calor
del fuego y la palabra:
imperdonable haber
olvidado a Ray Bradbury.
Desde el fondo del Arno
oímos, una vez más,
reír a Savonarola.
(¿Habrá de arder también este poema?)
Estamos entrando en la era Farenheit 451
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