domingo, 17 de marzo de 2019
Sesión de control
—Huele a cuerno quemado.
—¿Y qué esperaba usted, amigo mío,
estando en el Congreso?
—No entiendo, me resultan
tremendamente arcanas sus palabras.
¿Qué puñetas tendrán que ver entre ellos
un buen rabo de toro
y la velocidad?
. . . . . . . . . . . . . . —Perdón, ¿no era el tocino?
—También, también, también hiede a purines.
Pero no nos desviemos del asunto.
—¡Qué asunto, vive Dios!
—Lo de este hedor a cuerno
quemado y su posible relación
con el lugar donde ahora estamos, ¿no?
—¿Es que acaso es usted amante de la Fiesta?
—En absoluto, la detesto.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . —Entonces,
procuraré aclarar sus dudas.
¿Recuerda aquellos versos de Machado?
—Qué versos, sea usted más específico.
—Los de las diez cabezas.
—Ah, sí, ahora comprendo.
Huele a cuerno quemado.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Y a purines.
—Pues aún no ha olido usted nada de nada.
—De nuevo no comprendo.
—Vayamos al salón
de plenos del Senado.
—Usted quiere matarme.
—Huele a cuerno quemado.
—Por fin hemos logrado usted y yo
alcanzar, aunque mínimo, un consenso
—¿Y qué esperaba usted, amigo mío,
estando en el Congreso?
—A otro perro con ese hueso, que es
muy duro de roer y ya no tengo
el chichi para muchos farolillos.
—Huele a cuerno quemado.
—No lo sabe usted bien, amigo mío.
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