miércoles, 27 de marzo de 2019

El gran prodigio


Cae la noche. La mar
se despereza y abre
de par en par sus ojos
al tálamo infinito
que acoge en su regazo
el trémulo fulgor de las estrellas

Los pájaros nocturnos
alumbran su periplo con aceite
de luciérnaga y guían
el sueño a la deriva de los hombres
como la luz de un faro
a una balsa precaria en la tormenta

Pero no hay puerto alguno
que pueda dar abrigo
a aquellos que como único
modo de mantenerse
una ola más a flote
no tienen más arraigo
que el huir de sí mismos
fingiendo estar forjados
con la materia prima esa evidente
quimera prometeica que suponen
estuvo hasta el instante
de su hurto temerario y generoso
reservada a los dioses

Caen entretanto heridos
de muerte prematura sobre el páramo
los pétalos tempranos de las flores
de un día mutiladas por el hálito
colmado de metralla de la ortiga
—fuego amigo lo llaman
los ignaros filólogos que rinden
pleitesía cobarde
y cómplice al silencio
como si alguna vez hubiese habido
un ser vivo dotado
del alto privilegio de la osmosis

El frío se desboca arrecia el viento
anunciando en la lengua
natal de las sirenas la inminencia
del todo ineludible del naufragio
—tan fatua y a la par
excelsa melodía
bien vale la zozobra
de asumir sin coartada tal certeza

Quién por un solo instante
podría imaginar
un cielo con más cielo que esta gota
minúscula de agua
vagando sin futuro en el vacío

Y quién mayor infierno

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