Los redactores del ABCDiario derriten toda clase de adjetivos calificativos elogiando que cada año Sevilla crece en cientos de miles de los turistas y visitantes, lo que significa riqueza, prosperidad y progreso. Incluso vaticinan que aún caben muchos más, miren Venecia, con veinte millones al año, cuatro veces más que en la Ciudad de María Santísima y de la Giralda.
Pero para sus adentros, algunos redactores están que trinan. Y es que recuerdan sus tiempos mozos en que estos mismos escenarios del casco antiguo hispalense les habían servido para el pandilleo juvenil y las primeras y tranquilas citas amorosas. Y al ver esta barahúnda, lloran de rabia por dentro.
Hoy sirvo de intérprete a su antiguo rey Al Mutamid, que ha salido del Alcázar a darse un paseo. Lo primero que me espeta, viendo las largas filas de turistas que quieren entrar en su casa es que: ¡No creamos tan grandes bellezas en Isbylia para llenarla a rebosar de transeúntes y que no la disfruten sus moradores!
Al llegar a la calle Mateos Gago se pregunta que están haciendo con los naranjos de entonces, y por qué ahora han enmacetado a los árboles urbanos - como ellos emparedaban a los falsos creyentes con tan lento martirio-.
Le explico que las autoridades municipales han decretado que la calle sea para los peatones, es decir, para los que caminan con sus pies. Y él me responde que entonces cómo es que pasan a cada instante coches blancos con lucecitas verdes (taxis) y silenciosos cochecitos amarillos con luces oscilantes en sus cabezas (vehículos de limpieza). Le respondo que son vehículos de servicio público autorizados a circular, y el me replica que le obligan a parapetarse una y otra vez entre los árboles reos y condenados por la nueva civilización urbana.
Le enseño lo que comenta el ABCdiario al respecto: ¡La calle Mateos Gago ha sido felizmente peatonalizada y permite ver ahora unas excelentes perspectivas de la Giralda y la Catedral! Y me mira incrédulo de cómo se las gastan los nuevos cronistas de la ciudad.
(¢) Carlos Parejo Delgado.
Cuidado al mirar al cielo de Giralda, no choquen o sean atropellados
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