Érase un centenario diario monárquico y conservador. Su opinión sobre la ciudad de Sevilla iba a misa de precepto desde tiempos de Matusalem. Y, a su manera, gobernaba a la gran urbe desde su plácida sombra.
La aristocracia y las nuevas clases medias perpetuaban su mecánica y rutinaria vida pensando a través de sus editoriales y artículos de opinión, dejando al estómago la función más simple, la de ir digiriendo lentamente lo que se les decía por sus afamados gacetilleros.
Antes, algunos de atrevían a comparar sus opiniones con el diario rival: El Correo de Andalucía, tachado de innovador e izquierdista, pero desde su desaparición, ni eso tenían para confrontar menús de argumentos e ideas.
La ciudad de Sevilla era reducida en la opinión del ABCdario al objetivo de conservar lo más eternamente posible su casco antiguo y, todo lo más, los edificios prestigiosos de sus ensanches burgueses de los barrios de Nervión, Los Remedios y Heliópolis.
Un muro de tácita incomprensión aislaba a sus redactores de la vida cotidiana de los barrios periféricos sevillanos. En estos barrios (Polígono Sur, Los Pajaritos, Palmete-Padre Pio, Torreblanca, etc.) había siete de cada diez jóvenes en paro, pero su preocupación por ellos se concentraba en que no alteraran el orden establecido. Buena y cumplida cuenta daban de sus fechorías con las drogas, los hurtos y otros delitos en sus páginas de sucesos.
A estos redactores, el que, mientras no echaban currículos de trabajo aquí y allá, estos jóvenes sevillanos se pasaran los lunes al sol bebiendo cervezas y fumando un pitillo tras otro -en los veladores de los bares-, no era asunto de su incumbencia, ni –por supuesto- de sus lectores. Era mucho más importante, por este orden:
Informar de la agenda del rey, de las opiniones de los partidos de derecha contra los amenazantes y pérfidos socialistas y comunistas que podían dar un vuelco a todo el orden establecido, el que éste o aquel otro edificio histórico no se arruinara por desidia de la Administración, cualquier cena de los grandes empresarios en sus círculos mercantiles, o las selectas reuniones de los intelectuales de plantilla en sus círculos culturales.
Para el ABCdario la ciudad de Sevilla era la de su círculo más respetable, el de las honorables familias que regentaban desde siempre los poderes político y económico. Un auténtico círculo vicioso de las mismas opiniones e ideas repetidas hasta la saciedad para perpetuar en sus poltronas a esta minoría privilegiada, a cuyo servicio ponían a una fiel y compacta cohorte hispano-romana de informadores.
(¢) Carlos Parejo Delgado.
o no es así
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