jueves, 22 de noviembre de 2018

La morsa que vino del frío


(Apuntes para un tratado de socioecología onírica.)

Le puso el cascabel
de la serpiente al gato.
Desde entonces no duerme;
una legión de ratas
armadas con revólveres
de argénteos tintineos
y te la den con queso,
ha conquistado el último
baluarte de sus sueños.
¡Hay que ser gilipollas
para romper así
el frágil equilibrio
de la cadena onírica!
Hasta ayer -¡hace tanto
tiempo!- se veían morsas
hablando en morse en una
playa virgen de moda
-discúlpese el oxímoron,
pero hablamos de sueños-
de una isla del Caribe.
Desarmado y cautivo
el ejército verde
del ronroneo felino,
hace un calor de muerte
y no hay quien pegue un ojo.
Es la extinción masiva
de la fauna boreal
que vino desde el frío
mudo que anega el Ártico,
para urdir su guarida
en el ojo del tigre.
Colmillo por colmillo
-algo así dijo Gandhi-
y perecerá hambriento
de sueños este mundo
de rebaños lobunos.

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