—¿Dónde vas, Caperucita?
—Ancabuela a llevarle unas peladillas y a cantarle un villancico de mi propia, fecunda y dulce cosecha.
—Ah, vale, hasta luego.
—No, no, espera, lobito, que te voy a usar como punching ball para un improvisado ensayo de mis prodigiosas aptitudes para esto del bel canto navideño.
—¡NOOOOOO! ¡SOCOOOORRO! HOUSTON, HOUSTON, I HAVE A PROBLEM!
Y nunca más se supo del lobito melómano por aquellos pagos. Aunque hay quien asegura haberlo visto a veces vagar sin rumbo y dando tumbos por las lindes del bosque, bien disfrazado bajo una piel de oveja churra.
Sueño raro y divertido, pero en Navidad falta el niño Dios
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