En la picota
me arranqué una costilla
y se la di a los perros
a cambio de la rosa
prohibida
ellos comieron
yo la metí en el hueco
de mi costado herido
para parar el flujo
del aullido y la sangre
desde entonces el viento
no halla el norte y el sol
se eterniza en su cénit
regando las espinas
que brotan desde el fondo
de la caverna en ruinas
pena grande estar ciego
de luz y no alcanzar
a lamer el rocío
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