lunes, 25 de junio de 2018
¡Que llegue la caló, por dioh, mi arma!
Con respecto al asunto de las temperaturas
los sevillanos son muy suyos, raros
como un ornitorrinco afincado en la Antártida
o un capo de la banca solidario y honesto.
Llega una primavera primavera,
sin olas de calor
tropical en los meses que van de abril a junio,
y van los sevillanos
en peregrinación a los altares
del Cachorro, la "O"
o las dos Esperanzas —de Triana o Macarena—,
a hincarse de rodillas
y rogar con vehemencia:
"¡Que llegue la calóóóóóóóóó,
que llegue la caló, por dioh, mi arma!"
Y es que los sevillanos de pura cepa juzgan
que 25 grados de máxima a la sombra
tan sólo pueden ser considerados
calor por individuos
de piel sensible y débiles
como escoceses, suecos o noruegos.
Mas cuando se presenta
de un día para otro la caló
—45 grados de injusticia
al sol del mediodía,
que no bajan de 30 por la noche—
se olvidan de los ruegos de la víspera
y buscan en oscuros callejones
algo de intimidad para, sin ser
vistos, poder llorar
sangre, sudor y lágrimas
por todos y cada uno de sus poros,
recuperar un poco
el resuello y echar
el bofe en tanto aguardan
ansiosos la llegada de la hora de la siesta,
para tumbarse inermes
bajo el ventilador o el aparato
de aire acondicionado
y soñar con pingüinos
retozando en mitad
de un vendaval de nieve.
Debieran aprender, tomar ejemplo
de esos más que sufridos turistas japoneses
que, inmutables, en pleno mes de agosto,
a las tres de la tarde,
ven licuarse sus chanclas
sobre los adoquines del entorno
de la Torre del Oro,
mientras inmortalizan
en un clic el infierno.
Tienes toda la razón del Mundo Mundial, bien narrado
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