El estado deplorable que hoy presenta en cuanto a su funcionamiento la justicia española, construido a pulso sobre los putrefactos cimientos tanto de su evidente falta de independencia, como de sus muy frecuentes arbitrariedades y muchas carencias en lo relativo a la proporcionalidad en su aplicación, más que un endurecimiento de nuestro ya de por sí muy duro en su conjunto Código Penal, lo que precisa con urgencia es una profunda reeducación en valores humanos, éticos y democráticos de buena parte de los magistrados de nuestro aparato judicial, comenzando por los de los tribunales Constitucional y Supremo, y terminando por los del último de nuestros juzgados de paz. Y todo ello sin olvidarnos, cómo hacerlo, de los insignes miembros del cada día más rancio y decadente Consejo General del Poder Judicial.
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