lunes, 19 de marzo de 2018

Historias de la calle Alfarería (34). Las lavanderas (Carlos Parejo).


Media docena de mujeres gitanas nos dedicamos al oficio de lavanderas. Algunas clientas distinguidas nos proporcionan su propio jabón en flor que adquieren en las almonas reales de la calle Castilla. Pero otras no, por lo que tenemos que fabricar artesanalmente nuestras pastillas con la sosa de esas plantas, las barrillas, que tanto hay en las marismas, mezclándolas con aceite de oliva.

Cada día nos encaminamos hasta debajito del puente de madera próximo al Guadalquivir, y allí colocamos nuestras pilas para, dale que te dale, frotar y enjuagar todos los encargos, arrodilladas como esclavas y mojaditas de salpicaduras,. ¡Qué sabañones nos salen en las manos de tanto restregar la ropa contra las piedras del río¡ Lo único que nos consuela es el jolgorio que armamos, cantando una copla tras otra; Pero tanta juerga atrae una concurrencia de picaros mirones para escucharnos cantar y, de paso, deleitarse con nuestros brazos y pantorrillas al desnudo. ¡Mucho pícaro ocioso hay en esta Babilonia de Occidente con la Carrera de Indias!

Una vez que vamos pasando cada prenda por el rodillo, una y otra vez, hasta que queda alisada, las tendemos. La ropa blanca y de tejidos más delicados en colgaduras dispuestas en las ramas de árboles cercanos, y las telas más burdas en el prado de hierbas. Y allí se quedan desde el mediodía al ocaso, dejándolas que el viento las oree y vaya secando. Entonces, las guardamos cuidadosamente plegadas en los cestos y nos vamos a repartirlas de casa en casa por toda la calle Alfarería. De cansadas que llegamos, caemos rendidas en las camas y dormimos toda la noche de un tirón como ángeles benditos.

(¢) Carlos Parejo Delgado.

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