viernes, 5 de enero de 2018
Espejismo
Te liaste la manta a la cabeza
pese al ardor glacial y el crudo aroma
del destiempo de arena y polvo al polvo
que devora el transcurso de los astros
desde antes del Big Bang y la esperanza
afilando sus garras al aguardo
de la más nimia duda y el traspiés
sobre la cuerda floja de la táctica
carente de sentido y estrategia.
Y resbalaste, ciego, sobre el único
oasis de hielo y sombras que acechaba
sobre la lumbre azul de los volcanes,
yendo a pegar de bruces contra el témpano
del miedo a las auroras boreales y a los pájaros
de fuego en las entrañas de la taiga.
Luchaste contra el frío y sus espinas,
a corazón abierto, calentaste
tus manos con estiércol y la sangre
que brotaba del alma de la herida
con el ímpetu fatuo y sin inercia
de un sinfín de Amazonas recién muertos.
Pero el fragor del hielo fue minando
tus arterias sin savia, fue agotando
los latidos sin voz de la crisálida
que pugnaba por ser gemido y fruto,
y una plaga implacable de cellisca
y sal te ancló al subsuelo y fue ascendiendo
voraz desde las raíces de los sueños,
marchitando las ramas y las horas.
Y se detuvo el eje de la tierra
anegando los páramos de invierno
con vocación de maldición eterna.
Y no pudiste más y claudicaste
al pánico escondiendo entre las fauces
del tigre de las nieves la cabeza.
Y ahora ya por mucho que pudiere
alzarse, como afirma la leyenda
que Lázaro se alzó, la primavera,
te hallas fundido al hielo, formas parte
solidaria del lento movimiento
de la lengua callada del glaciar
viajando inexorable hacia la nada.
(La mujer que llegó del frío.)
Hete aquí con La nada y la sinrazón de la existencia, ejes de la filosofía nihilista que los poetas rusos del XIX tanto cantaban
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