Son las tres de la tarde. La vecina setentona saca a pasear al perro y, de camino, tira la basura. Luego se recluirá en la mesa camilla y verá la televisión hasta que caiga agotada por durmición. Una pandilla de jóvenes se cruza con ella a la altura de la calle Procurador. Visten chándales y zapatillas deportivas. Y al sentir un rayo de Sol, que hace más placentera la estancia en la hamburguesería esquinera, se quedan en camiseta. La vecina susodicha exclama ¡Por Dios, Por Dios, Por Dios… se habrán puesto la vacuna de la gripe o tienen la piel como un cobertor¡. El joven serrano que tiene allí asentado su puesto de batatas y castañas asadas, recién traídas de Galaroza, de la mismita Sierra de Huelva, la tienta: ¡Llévese un cartuchito y ya verá que buen sabor en la boca y que calorcito le darán por dentro¡. Los veladores de la taberna del Carbonero han estrenado tenderete de plástico con ventanitas laterales (para sentarse pero ver la gente que pasa por la calle) y unas estufitas callejeras de gas butano, que parecen mecheros olvidados por gigantes salidos de un sueño. Allí, cuatro valientes se arrancan por bulerías en una de las mesas, tras varias copas de aguardiente. El resto de la clientela los escucha desde dentro. Y es que ha llegado a la calle Alfarería, procedente de Groenlandia y sin hacer escalas intermedias, el Doctor Honoris Causa de los vientos, su majestad el frente polar. Los profesores titulares –templados vientos mediterráneos de Poniente y Levante- están de vacaciones. Y el tórrido y polvoriento viento del Sáhara, que hace llover barro en lugar de agua, falta a clase desde los últimos días del verano.
(¢) Carlos Parejo Delgado
Buen texto. Del norte siempre nos llegan los doctores, algunos traen consigo un cierto pietismo que rechaza castañas y boniatos y otras delicias.
ResponderEliminarSalud
Francesc Cornadó