Principios de septiembre. La calle Alfarería se ha animado inusitadamente. Desde media tarde a madrugada se llena de pandillas de adolescentes ociosos. ¿Dónde estaban? Han terminado las vacaciones y aún no han empezado a trabajar en colegios e institutos, ni en las actividades extraescolares y los deberes que se llevan a casa. Los adolescentes aprovechan este efímero periodo de libertad para el dulce placer de no hacer nada más que divertirse. Algunos se sientan como mendigos en el suelo de los portales, otros en los patios comunitarios. Muchos se alinean en los bancos públicos del carril bici que atraviesa la calle en diagonal. Allí consumen alcohol, refrescos y golosinas, extraídos de bolsas de plástico que han comprado en esas tiendas de chinos donde hay de todo lo barato y, además, no cierran nunca. Son los templos de consumo en cuyas puertas se congregan, como hacían sus abuelos en las puertas de las iglesias cuando iban a misa.
Todos lucen bronceados veraniegos y estrenan nuevos peinados, vestimentas y calzados. Los chicos se han adornado con peinados y prendas que emulan, como si fueran sus clones, a éste o aquel futbolista o jugador de baloncesto desde los pies a la cabeza, buscando despertar admiración estética y personal entre las féminas. No les falta ni un detalle. Algunas de ellas imitan a los chicos con ropas anchísimas y calzan botines azuliblancos. Hoy es señal de rebeldía juvenil como ayer lo fue de pertenencia a familia de origen humilde y modesto. Un año más persiste la moda de mujer consistente en pantalones vaqueros cortos de cintura muy alta y que a duras penas consiguen meterse de tan ceñidos y ajustados como van a sus vientres. Difícilmente les queda sitio para el móvil, aprisionado entre la tela y las ingles o en el bolsillo trasero. Y el clásico bolso brilla por su ausencia. Dos fulanitos han mangoneado sendos teléfonos móviles de las menganitas por las que suspiran. Y éstas corren tras de ellos, como si sus intimidades y secretos más personales fueran a ser desnudados de repente. De sus boquitas salen todo tipo de imprecaciones y amenazas: ¡Gilipollas, o nos los devolvéis o no volvemos a dirigiros la palabra en toda nuestra vida¡ Otros jóvenes se conforman con cruzarse miradas indirectas y solapadas. Por dentro hacen quinielas mentales y por fuera, movimientos tácticos propiciatorios. La chica de tercero de la ESO se aproxima al alto y morenazo mozalbete de cuarto de la ESO. Si consiguen hilar una larga conversación “tet a tet” puede que surja el romance. Pero la mayoría no es tan afortunada. Entre comentarios breves y jocosos se observan y cotillean. Y si no tienen nada que decirse se entretienen con sus IPADS, donde siempre hay algún chiste, pasatiempos o juego a mano.
(¢) Carlos Parejo Delgado
Entre estos jovencitos ya no escuchamos la risa tonta de antes, ahora teclean y se se lanzan improperios los unos a los otros. Algún grito, pero apenas ríen, es una pena.
ResponderEliminarSalud
Francesc Cornadó