miércoles, 13 de septiembre de 2017

Crónicas del Régimen (53): La ordalía catalana


Después de que el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya —que bien podría pasar, visto lo visto, a denominarse en el futuro Tribunal del Santo Oficio— se haya dirigido al director de TV3 (*) instándolo a no emitir información alguna que pudiera contener manifestaciones favorables a la celebración del referéndum sobre la autodeterminación de Cataluña, sólo la dimisión o cese fulminante de todos y cada uno de los miembros de este alto tribunal podría operar el prodigio de hacernos recuperar la escasa fe que algunos radicales de mierda aún teníamos depositada en la justicia de nuestra muy patriótica y monolítica nación de naciones. Y, luego de haberse despojado de unas togas que, sin duda, les vienen muy grandes, todos estos inquisidores del tres al cuarto deberían solicitar cita urgente en el Ministerio del Tiempo por si desde allí pudieran, tal y como les corresponde, enviarlos de cabeza a las postrimerías de la Edad Media para pasar a trabajar en la caza de brujas a las órdenes de Tomás de Torquemada. ¿Votar o no votar, quién tiene la razón? Siempre, desde un punto de vista democrático, será preferible habilitar urnas que instrumentos para el ordeno y mando. Pero, en caso de algún tipo de duda, nunca la ordalía fue un buen método para diferenciar lo puro y justo de lo pecaminoso.

(*) "Le advierto de su deber de impedir o paralizar cualquier iniciativa que suponga ignorar o eludir la suspensión acordada. Particularmente, que se abstenga de iniciar, tramitar, informar y/o dictar, en el ámbito de sus respectivas competencias, acuerdo o actuación alguna que permita la preparación y/o celebración del referéndum sobre la autodeterminación de Cataluña..."

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Esperpentaña, esa nación de naciones donde se tilda de radicales a aquellos que mantienen firmes convicciones democráticas.

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Entre la censura inquisitorial made in Santiago y cierra España, y la celebración de un referéndum, por muy chapucero que pudiera resultar, no hay color. A tomar por el culo la ordalía.

Ilustración: The Ducking Stool, de C. S. Reinhart

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