El tiempo, su fragmentación en diferentes segmentos medibles para su tasación y compraventa, es una convención ya antigua, que vino a ocupar con disciplina espartana y hasta violencia, el lugar que nunca debería haber dejado de ser el propio de los ritmos de la naturaleza. Su posterior perfeccionamiento como ergástula y látigo por los “modernos” sistemas productivistas ―capitalismo y esa desnaturalización aberrante del socialismo a la que, para entendernos, podríamos llamar capitalismo de Estado― no tiene mayor objetivo que el de instalarnos, y bien que lo consigue, en la estúpida e ilusoria idea de que ese "interminable" corolario de siglos, años, meses, semanas, días, horas, minutos y etcétera constituye una suerte de magnitudes tangibles que los seres humanos podernos ahorrar e invertir para, con un poco de suerte y mucha astucia, sacarles rendimiento. Y así, en tanto babeamos soñándonos clase media con ínfulas aristocráticas en el estéril imperio del demonio Cronos, nuestros naturales ritmos biológicos como animales integrantes del devenir indivisible de la evolución del cosmos, nos son robados, desollados aún vivos, troceados, congelados y puestos en el mercado a saldo.
El mercado del tiempo libre, tu tiempo es oro, invierte en tiempo,... la publicidad es fiel reflejo de lo que dices.
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