Uno de los mayores obstáculos para el avance de nuestras ya tan individualistas sociedades hacia una cada vez más lejana democracia plena ―o democracia social, que diría Marta Harnecker― es que ―más o menos hábilmente manipulado por los esbirros del totalitarismo financiero tras sus máscaras de fieles defensores de una democracia meramente formal o representativa― el pueblo acabe confundiendo su derecho a la participación en la toma de decisiones de los asuntos que le conciernen -la democracia participativa- con una suerte de falsa y alienante democracia limitada al cenagoso territorio de las tradiciones y el folclore emanados de sentimientos catetos anclados en el chovinismo provinciano.
qué efímeros momentos de libertad popular, sin embargo, en estas catetas celebraciones. Parece que el pueblo fuera protagonista de la historia en esos instantes
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