Los príncipes árabes tuvieron aquí un remanso de paz y felicidad en el edén frondosamente verdinegro de la Isla de Saltés, hoy tan olvidado y desconocido como cualquier antigüedad.
Arruinada y devastada su palaciega morada, distes el salto a tierra firme. Una almenada ciudad cristiana y tardomedieval floreció entre las desembocaduras de los ríos Odiel y Tinto en la oceánica mar.
Allí prosperó tu blanco caserío, rodeado de ubérrimas huertas, jugando al escondite agazapado entre los múltiples cabezos amarillos que escogiste como solar; aquéllos donde hasta hace poco permanecía el bosque en su fresca y umbría frondosidad.
En el siglo diecinueve llegó el Imperio de su británica majestad y te transformó en ciudad colonial. ¡Qué elegancia la de tu barrio inglés¡
La riqueza de tus entrañas, el metálico mineral, comenzó a emigrar, por el ahora monumento sin par: Tu magnífico embarcadero de madera, tan curvilíneo y alargado como proa de inacabable navío, que se adentra valerosa en la marina inmensidad .
A principios del siglo veinte te contemplaba el poeta Juan Ramón desde su Moguer natal. ¡Qué májicos atardeceres con el fondo de tu río Tinto ensangrentado, como señal inequívoca de que sus entrañas estaban siendo esquilmadas sin piedad¡
Ahora, un enorme sudario blanco y tóxico sirve de orilla al mismo río Tinto frente a la ciudad. Ha sido el precio de tu fertibérica capitalidad.
Pero, ¿Qué se hizo con tanta fábrica de tu Polo Químico-Industrial? ¿A dónde se han marchado con sus malos humos? ¿Algún día regresarán?
Las centrales gasistas, refinerías y depósitos de combustibles de tu cada vez más alejado recinto portuario son, hoy por hoy, la ubre que da de mamar la energía que necesita el toro peninsular. A través de una sigilosa e invisible red de tuberías llegan al más remoto lugar.
Pero, mirando al mar, Huelva mía, te has hecho un lifting de rejuvenecimiento que no me deja de asombrar.
Te has adecentado con paseo marítimo escoltado por una infinidad de bares de copas y gastro-bares de exóticos colorines, que brillan como un collar.
Y has reclamado tu paternidad del fútbol patrio con la monumentalidad de tu estadio municipal, que se levanta como un anfiteatro romano solitario, grandioso y colosal.
¡Qué pena y qué dolor que acoja un club decano, un recreativo de Huelva, en horas de vacas flacas y de penurias sin cesar…
(¢) Carlos Parejo Delgado
No hay comentarios:
Publicar un comentario