lunes, 17 de julio de 2017

Historias de la calle Alfarería —Barrio de Triana (7). Año 1949 (1): Bartolomé de las Casas (Carlos Parejo)


Mi padre Bartolomé ha paseado por la calle Alfarería a un indio americano y a unos papagayos verdes, muy hermo­sos y colorados. A la puerta de nuestra residencia, próxima a la cava o foso que cierra el arrabal trianero, ha abierto un lujoso cofre de cuero. Y ha ido mostrando al admirado vecindario sus recompensas del viaje al Nuevo Mundo: Varias guaizas o carátulas en pedrería de husos de pescado y unos cintos de lo mismo, fabricados con artificio admirable. También han despertado el asombro del gentío sus muestras de oro finísimo y otras ―muchas cosas, nunca otras antes vistas en España ni oídas.

Sin embargo, a mis quince años he sentido una naciente rebeldía y una honda pena al ver a ese de indio, que me trajo de regalo, semidesnudo y encadenado. Observaba todo con mirada temerosa y los que le rodeaban se acercaban a tocarlo como si fuera un demonio. Tengo la impresión que se siente como si ya estuviera en el Infierno. En cuanto pueda me embarcaré de doctrinero y lo devolveré a su tierra, de donde nunca debió salir.

Quizás algún día Dios me llame a defender su causa y me nombren Obispo indiano en la cercana parroquia de la Magdalena, para mejor proteger a los indios de los abusos de mis paisanos. De este modo, pasaré a la historia como uno de los pioneros de la igualdad entre los seres humanos de diferentes razas. Se pondrá mi nombre de “procurador” de las Indias a esta callecita de Caballeros, bocacalle de la calle Alfarería donde tengo mi hogar, y se levantarán esculturas en mi honor en el convento de Nuestra Señora de Remedios, entre la docena de sevillanos ilustres del Palacio de San Telmo, y en el paseo ribereño al Guadalquivir. Pero no será a petición mía, pues he pedido ser enterrado como he vivido, es decir, humilde y sencillamente, con el pontifical más pobre y un báculo de palo. O, quizás no acontezca así, y todo esto lo esté soñando despierto y mi discurrir por este mundo quede en el anonimato, como sucede a la mayoría de los mortales.

(¢) Carlos Parejo Delgado

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