No es fácil conjugar el hecho de sentirse
internacionalista con el de creer firmemente en el derecho de
autodeterminación que debería asistir a todos y cada uno de los pueblos
de este pequeño y emputecido planeta perdido en la inmensidad del
universo; el firme convencimiento de que los nacionalismos —ya tengan
estos carácter centrífugo o centrípeto—y las fronteras restan, con tener
que acabar admitiendo que si un pueblo determinado decide
establecerlas, está en su derecho de
abundar en el error que suele suponer fraguar muros en lugar de tender
puentes; el creer que sólo la anarquía nos puede salvar del caos, con
aceptar el nacimiento de nuevos estados con sus correspondientes
instituciones de gobierno al servicio de las mafias del totalitarismo
financiero. No es fácil, no. Ni dios ni patria ni rey ni patronos ni
patriarcas ni jerarcas ni banderas ni tanto circo y domadores por
doquier y a todas horas: ese es el lema. No obstante, dado el detestable
estado actual del mundo, con sus malditas guerras donde nunca es el
amor la empresa, sus hambrunas y sus ahogados tratando de escapar de la
pertinaz gazuza, su avanzado estado de descomposición y declive hacia
una catástrofe climática sin precedentes desde que la especie humana
habita en ella, debo admitir que, entre mis prioridades a corto y medio
plazo, no se hallan ni la unidad de España ni la autodeterminación y
posible independencia de Catalunya ni —como paso previo y necesario para
un mundo libertario— el advenimiento y consolidación de una
internacional obrera a la que la del capital le lleva a cada momento que
pasa más y más vueltas de ventaja. Sí, todos estos asuntos, hoy por
hoy, podríamos decir, más que nada para tratar de entendernos, que me la
traen al fresco. Pero, pese a todo, uno ha nacido donde ha nacido y no
puede evitar tener su tierno corazoncito, al igual que el de José Ángel
Valente, mucho más lugareño que patriota. Y es por ello que me jode,
rejode y requetejode que el pueblo de Catalunya pudiese contar con una
república propia antes que los españolitos venidos al mundo sin que en
ningún momento hasta la fecha nos haya guardado Dios alguno. Así que
invoco con vehemencia a Rajoy, Pedro Sánchez, el Ibex 35 y hasta a la
veneradísima Virgen del Rocío, ¡y que viva la Blanca Paloma!, para que
bajo concepto alguno tal aberración sea permitida. ¡Adelantémonos,
señores! Adelantémonos a la jugada de Puigdemont y compañía, y
convoquemos un referéndum español, muy español y mucho español para
conocer si los pueblos de la Una, Grande y Libre deseamos un estado
republicano en lugar de esta monarquía decadente y anacrónica que a
alguno que otro aún nos sigue helando el corazón.
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