A veces los poetas, enredados
en exceso en asuntos
como el ritmo o la métrica,
no caemos en nombrar
las cosas por sus nombres,
haciéndoles el juego a los prosaicos.
Y así denominamos
―como si se tratase
de una categoría
y no del resultado de un proceso
siempre en marcha ideado
a objeto de ensanchar hasta la náusea
la brecha que separa a élite y parias—,
por ejemplo, pobreza
al empobrecimiento y el saqueo.
¡Ojo con la semántica, poetas!;
la primera y tal vez más importante
batalla que se pierde en cualquier guerra
es la de las palabras.
¿Cómo fiarse de aquellos que quieren ser premiados por lo que sale del alma si la semántica del verbo no sabe a semen? Es cierto..., por ejemplo, cuando decimos que cualquier revolución hace justicia y que es necesaria una muerte para cambiar el mundo, sólo somos saqueadores de ideales.
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