Se adentró por el estrecho sendero del jardín, hecho con bloques de toba, como el muro que la ocultaba. La casita apenas era visible desde tierra por estar construida como un nido de águila o como algunos refugios de montaña, al borde mismo de la roca.
Tenía un espacioso salón que daba al mar, mejor dicho, suspendido sobre el mar: un ventanal de pared a pared hacía que uno tuviera la sensación de estar en el puente de un barco. De cara a la ventana, un sofá, dos sillones y una mesita baja llena de revistas extranjeras e italianas de arte y de viajes. Un aparador ochocentista lleno de vasos, platos, botellas de vino y licor, y un televisor con video.
La casa tenía también una pequeña cocina y un cuarto de baño y, sobre todo, un dormitorio, cuyo ventanal daba también al mar, con una cama de matrimonio al modo del tatami japonés. Se veía entera en un gran espejo veneciano, situado en la pared frontera Una treintena de cuadros, comprados en las subastas de Sothebys, compendiaban su vicio secreto por el arte mundial y decoraban estratégicamente las paredes del hogar.
Aquél era su refugio para la soledad y sus citas amorosas. Como secretario general de su partido en la Isla, e importante magnate que controlaba sus medios de comunicación, estaba requetebién. Allí descansaba de su agitada vida de financiero y político, y de sus constantes preocupaciones. Entre ellas, tantos esfuerzos como había hecho para cambiar el plan urbanístico de la localidad y ver legalizado el placentero retiro con el que soñó toda su vida.
Para saber más: CAMILLERI, ANDREA. La forma del agua. Salamandra. Madrid.1994.
(¢) Carlos Parejo Delgado
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