Exégesis del cántico
Predico en el desierto,
lo hago para los muertos
y algún lagarto tuerto
y no soy un mesías.
No creo en los milagros
de vino aguado y peces
congelados con creces
dentro del laberinto
de Borges o Teseo:
se ve el mañana feo
con tanto y tanto púlpito
al servicio de avaros
telepredicadores
con sólo un dios -el dólar-
y tantos seguidores
o más que el Madrielona
que es más que un club, es una
de tantas lavadoras
con conexión directa
a un sinfín de paraísos
fiscales al servicio
de una horda de frescales.
Por eso es que predico
día y noche en el desierto
seguro de que dios
no ha nacido y el hombre
hace mucho que ha muerto.
Los ermitaños del Desierto creían en un Dios omnipresente y desconocían el dólar y el madribarcelona y los paraísos fiscales. Pero, al menos, eran hombres como nosotros.
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