Los empresarios británicos, en especial los del sector de la hostelería, están que trinan con el asunto este ya tan manido y cansino del Brexit. Y es que temen que la mano de obra barata (esa que se ocupa en empleos de baja cualificación, aunque aquellos que los desempeñen tengan en sus currículos 3 ingenierías, 5 másteres, y hablen 17 idiomas, incluidos yorùbá y tuvaluano) procedente de las Europas de segunda y tercera división se termine teniendo que marchar a sus países de procedencia dejando el papel de siervos de la gleba a unos desempleados británicos que, en mayor o menor medida, no parecerían estar dispuestos a servir pintas de cerveza a 5 libras de vellón o a limpiar letrinas por unos miserables peniques a la hora. Entretanto empiezan a sonar tambores de guerra con munición de fogueo en torno a Gibraltar y su afamada colonia de monos para mantenernos distraídos con tamañas monerías. Ah, el Brexit, ese dislate perpetrado con premeditación y alevosía por la pérfida Albión, que viene a hacer temblar los cimientos de esta nuestra siempre justa y solidaria Europa social que tantos años nos ha costado ir edificando.
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