Quedaron suspendidos en el aire
como dos mariposas
clavadas a un cartón
después de la zozobra en la galerna.
Reos de la calma chicha
y el salitre incrustado
desde el ala hasta el tuétano,
sus frutos se pudrieron
antes de que la flor y las abejas
engendrasen, promiscuas,
la danza y el poema.
Y el silencio,
alud de arena y nieve, sepultó, entre el follaje
de los pinos, las heces
áureas que dibujaban, deshaciendo el rocío,
los dedos del crepúsculo.
No quisieron dar nombre
a aquella noche aséptica sin útero ni sangre
por no llamarla muerte.
La Muerte y el paisaje natural cara a cara
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