lunes, 13 de febrero de 2017

Cuentos de la Calle Castilla (23): El Mercado de Abastos (Carlos Parejo)


Hace quince o veinte años el último escalafón de los puesteros correspondía a los vendedores ambulantes situados en los accesos. Esos que recogían del campo y vendían desde hierbas aromáticas, a caracoles y cabrillas, pasando por tagarninas y espárragos. De ellos sólo queda como recuerdo un vendedor autorizado de cupones de ciego.

En un segundo escalón están los pequeños puesteros de pescado, carne, recova o frutas y verduras: los “trianeros serios”. Esos que heredaron el oficio de su padre. Y, como ellos, se despiertan antes de que raye el alba para cargar en el “Merca”; desayunan a eso de las siete de la mañana allí dentro y son los primeros en abrir y los últimos en cerrar. Son gente llana, noble y sencilla que conservan fielmente clientes amigos de toda la vida. Curiosamente algunos son finos intelectuales populares, más propensos a las conversaciones filosóficas que a pasarse todo el día con un intercambio incruento de guasas sobre los equipos rivales de fútbol o de chistes fáciles y groseros, como hacen otros. Después vienen los puesteros extranjeros. Los que han montado tiendecitas de “delicadezas” al rebufo de la visita al “Mercado” por cientos de “guiris” diarios. Que si una “pastisserie”, que si un “horno de “pizzas y pastas artesanales”, que si un “taller de cocina”. Muchos puesteros se refieren a ellos despectivamente como:”el “gabacho” o el “italiano” ese al que se le ha ocurrido…” Están también los puesteros de postín, con varios locales en las entradas y esquinas principales. La zona alta de sus pulcros escaparates está amueblada con televisiones de plasma, y debajo encuentras las mercancías más brillantes y exóticas, pues exhiben desde finas hierbas y setas recién recogidas en las sierras andaluzas hasta mangos y guayabas tropicales. Algunos ejercen de nacionalistas trianeros y te hablan con la entradilla: “qué quieres mi arma”. Cuando viene un personaje trianero famoso le invitan a algún detallito y se derriten en elogios: “Hola, Doña Matilde, que bien se conserva, maestra”. Figuran en los equipos directivos de cofradías, hermandades y peñas del barrio .Y, con tan impresionante escenografía, son los entrevistados habitualmente por las televisiones nacionales y locales cuando suben los precios por Navidad o desembarcan los candidatos políticos en campaña electoral, estrechando manos y regalando lápices y bolígrafos a cambio de votos. Otra cosa es que sus mercancías se coticen al precio del patrón oro, servidumbres de su fama y su buen hacer, entienden ellos. Entre tantos bares y restaurantes nuevos como se han abiertos para turistas, jóvenes y ejecutivos, aún queda uno tan irreductible como la “aldea gala” de Asterix. Allí siguen desayunando los parroquianos de siempre. Tiene la inveterada costumbre de reservar una mesa a la “Abuela” de la calle, con el privilegio de que ésta, aunque realice una única consumición, permanezca sentada con sus amistades durante toda la mañana, para distraerse viendo la gente, en lugar de estar sola y encerrada entre las cuatro paredes de su casa, viendo la tele.

(¢) Carlos Parejo Delgado

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