Martes, 3 de enero de 2017. Doce y pico de la mañana. Casa del Libro de Sevilla, sección de poesía. Una pareja de unos 50 años reacciona, entre el asombro, la repulsión y la burla, ante el título de uno de los poemarios allí a la venta: “Poemas para combatir la calvicie”. Les comento que Nicanor Parra, del que no habían oído hablar antes nunca en su prosaica vida, es un poeta como la copa de un pino, creador y principal exponente de una corriente poética rupturista –la antipoesía- que vino a revolucionar en su momento, revolución en mi opinión todavía vigente, el modo de entender este género literario; un imprescindible. Me miran con cara de “vaya tela marinera la brasa que nos está dando el gilipollas este”, y terminan llevándose “Mi chica revolucionaria”, de un tal Diego Ojeda, que, leído el poema que da título al libro –para muestra, un botón-, al parecer pretende hacer poesía social destripando ritmo y métrica y descerrajando odios entre gayola y gayola e íntimas y ardientes lecturas poéticas a las tres de la madrugada luego de haber echado un par de polvos. Yo me regalé la “Poesía completa” de Zbigniew Herbert, y, de Gloria Fuertes, “Poeta de guardia”; poetas, digo los de guardia, de los cuales, visto lo visto, tan necesitada parece estar la “poesía” de nuestros días.
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