lunes, 23 de enero de 2017

Cuentos de la Calle Castilla (20). Años 60 (2)


Señorita Leonor, desde que tantas familias poseen medios de locomoción, la calle Castilla huele siempre a humos de gasolina, asfalto y llantas quemadas, pues no paran de pasar vehículos de cuatro ruedas en todo el día. Los que más me asustan son los autobuses de línea que vienen de los pueblos por sus bocinazos. Y, también, porque arrojan unos humos densos y pestilentes que me marean. Mi madre tiene que ponerme un pañuelo rociado en colonia para que no me desmaye, mientras hacemos la cola en la puerta de alguna tienda. La gente de los pueblos se baja a mogollones en las dos paradas que hay en la calle. La mayoría para comprar ropa o comestibles, pues me han dicho que nuestros comercios son más baratos que los del centro, y aquí hacen un apaño.

A lo largo de ambos lados de las aceras se encuentran estacionados automóviles numerados según lo pequeñitos o grandes que sean. Que yo recuerde están los SEAT (127, 600, 850 y 1500), los Citroen (2 caballos, Diane 6 y tiburón) y los Renault (4,8, super8 y 12), que los fabrican respectivamente en Mataró (Barcelona), Vigo (Pontevedra) y Valladolid. Todos nuestros papás han aprendido a conducirlos en alguna de las dos autoescuelas abiertas por aquí. Unos nos montamos en ellos cada domingo para ir al “campo” o al “Fútbol”; otros se desplazan así rápidamente a los nuevos grandes almacenes del centro como El Corte Inglés y Galerías Preciados.

Entre los conductores hay muchas peleas por adueñarse de los escasos aparcamientos libres, aunque en sus discusiones interviene pacíficamente un guardacoches uniformado de azul y que es inválido de la “Guerra”, recibiendo a cambio una propina. También están los que aparcan en cualquier lado, es lo que mi mamá llama la “plaga de la doble fila”. ¡Es sólo un momentito, el tiempo de….¡. Y vaya atasco que se forma. Aunque a decirle la verdad, yo no he encontrado esta plaga en la Biblia, entre las que el Dios de Moisés lanzó contra el pueblo egipcio para que los dejaran marchar a la “Tierra Prometida”.

Después están, para los jóvenes, las muchachas y los adultos pobretones, las motocicletas aladas que emulan en su incómodo picardeo a insectos como los mosquitos y las avispas. Casi todos han adquirido una motocicleta “vespa” o su versión minúscula, el “vespino”. Me resultan muy latosas, pues su ruido infernal me interrumpe el sueño muchas madrugadas. Esas motos son de muy fácil manejo, pero tienen un enemigo común, el “chorizo” de turno, ese que las roba por doquier. Así que el vecino que puede les pone unos candados de aúpa o las mete en el garaje improvisado del zaguán de su casa, para evitar luego jeremiacas lamentaciones.

(¢) Carlos Parejo Delgado

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