lunes, 2 de enero de 2017

Cuentos de la Calle Castilla (17): Año 1814 (1) (Carlos Parejo)


Mi padre trabaja de peón en las almonas o fábricas de jabón y es del bando de los “liberales”. Pregona la libertad de pensamiento y el logro de la justicia social, al modo de la Revolución francesa. Yo estoy de acuerdo con sus ideas. Por eso, cuando salimos de la escuela organizamos peleas y pedreas a voz en grito contra los niños que viven en las casas de tronío y pertenecen a familias tan ricas como conservadoras. Reproducimos ingenuamente lo que hablan los periódicos y acontece a menudo en la geografía española.

Nuestro lugar para las batallas infantiles es el solar vacío que nos ha dejado la desecación de la “Cava”. Es el único campo de la calle, aunque sin bosques ni dehesas. Allí crecen salvajemente algunos cañaverales, cuyas semillas se han esparcido desde la ribera, y una selvática maraña de cardos, ortigas e hierbas secas. Lo hacen sobre unos terrenos pedregosos y llenos de lodos que se secan, endurecen y cuartean cuando se marchan las lluvias. ¡Vaya munición, entonces, añadida a las piedras de los tirachinas¡

La batalla cesa cuando las campanas de la Parroquia de la O tocan a la caída de la tarde. Volvemos cansadamente a nuestros hogares por la interminable y terriza calle Castilla, sin árboles ni sombras que oculten nuestras ropas desaliñadas o con rotos ni nuestras heridas y chichones. Al traspasar sus umbrales nos viene el arrepentimiento. Vírgenes dolorosas, Nazarenos y Crucificados nos miran con ojos severos y sufridos desde sus azulejos cerámicos. Sólo nos alivia un poco la mirada siempre dulce y risueña del Pastorcito Divino y la Divina Pastora. En un rincón del patio, sentados a la sombra de una vieja higuera o un tupido limonero, sacamos los cuadernos y hacemos los pesados deberes de las cuatro reglas. Sumas, restas, multiplicaciones y divisiones. Si no las aprendemos no podremos ser unos hombres con futuro.

(¢) Carlos Parejo Delgado

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